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21 de Septiembre de 2012

-Guarden silencio, por favor. Bien, a continuación pasaremos a la siguiente unidad didáctica: “nociones básicas de espeleología”.

Estaba en aquel curso de créditos de libre elección, gratuito y financiado por el gobierno (de hecho, por cualquiera de los gobiernos miembros de la alianza transatlántica). La histeria colectiva a un ataque con armas de destrucción masiva a gran escala se había contagiado a las más altas esferas, de modo que ahora todos los gobernantes del mundo querían que sus ciudadanos estuviesen preparados para lo peor: cursos de primeros auxilios y de supervivencia, refugios civiles, protocolos de emergencia… Todo aquello solamente era una porción del gran despilfarro que se estaba cometiendo a nivel mundial. Se empezaron a administrar las vacunas unos meses atrás, justo después del alzamiento en El Congo; pero entonces la situación era más o menos calmada, y había mucho más escepticismo. Pese a todo, él mismo aún se mantenía escéptico, ya que no se había podido demostrar de ningún modo los efectos de la inyección anti pos-guerra, además de que la campaña de vacunación, conforme pasaron los meses, empezó a tener demasiadas similitudes con la estafa de la gripe porcina. Todo aquello, más que una crisis, era una treta para sacar a los ricos de su crisis, aquella en la que se habían metido ellos solos y habían invitado al resto del mundo como acompañante en tan fatídico viaje.

Si Él se encontraba allí era para tener esos créditos universitarios gratis, cosa que se traducía en el interés mínimo para aprobar, y largas conversaciones con sus compañeros de clase, que interrumpían la oratoria de aquel formador aburrido y con pocas ganas de dar lecciones de espeleología. Y justo en ese momento, momento en el que el profesor pedía silencio, estaba hablando con Ramiro.
-Bueno, pues como te iba diciendo-reanudó Ramiro-se dice que esta empresa farmacéutica suiza, esta que se puso a cortar suministros a los países que no podían pagar sus recursos sanitarios… ¿Cómo se llamaba? ¿Pierry?
-Pierre –corrigió Él-si es que estoy pensando en la misma que tú.
-Esa es, Pierre… Bueno, como recordarás, ellos fueron los principales inversores para investigar la inyección anti pos-guerra, además de que fueron los que formaban el grueso del equipo de investigación…
-Ve al grano, Ramiro.
-Bueno, pues se dice… que esta farmacéutica también participó en aquel sarao de la gripe A.
-¿Sabes? –dijo Él- Ahora mismo estaba pensando en ello y… Creo que acabas de descubrir américa sólo cinco o seis siglos después que Cristóbal Colón –rió- ¡Todas las empresas farmacéuticas estaban metidas de lleno en aquel tinglado!

Ramiro respondió con un refunfuño ofuscado, y al parecer decidió responder ignorándole de momento y prestando una atención escasa a aquella introducción a la exploración de cuevas y grutas. En aquel momento, el profesor del curso explicaba, con aire no muy convencido, que encontrar agua en una cueva es relativamente fácil si se encuentran formaciones como banderolas, gours, o las famosas estalactitas o estalagmitas. Acompañaba a aquel particular soliloquio una presentación de diapositivas que sintetizaba, al menos en gran parte, todo aquello que se estaba intentando explicar, junto a algunas fotos espectaculares de las formaciones geológicas que se acababan de mencionar. Él pensó que aquellas fotos eran bastante bonitas, pero poco prácticas, ya que mostraban aquellas rocas rebosantes o incluso chorreantes de agua, pero bajo unas condiciones de luz adecuadas, condiciones que nunca se podrían dar si uno se escondía en una cueva con poco más que una linterna a pilas. Sería mucho más probable tropezar y ser empalado por una de esas cosas antes que encontrarla para abastecerse de agua, pensó con cierta sorna.

-Lo que os pasa a vosotros es que os pensáis que ya lo conocéis todo –dijo Ramiro cuando decidió salir de su ofuscamiento-pero te digo yo, que si hubierais vivido en mi época… Bueno, os habrían puesto al día en un par de días, o aún menos si te tocaba ir a la mili.
-O eso, o habríamos terminado siendo yonquis, como la mitad de tu generación.
-Ya, bueno… Lo que quería decir antes –prosiguió- es que ahora se dice que para arreglar el daño que se hicieron a sí mismos durante la crisis de la gripe, han usado estas nuevas inyecciones.
-Eso no tiene mucho sentido-respondió Él.
-No espera, es que la cosa no termina ahí. Se dice que estas vacunas no son algo nuevo. Hay rumores que afirman que se trata de un experimento que lleva bastante tiempo en marcha.
-A ver si lo sé: ¿Es un experimento para controlar mentalmente a las masas?
-¡Pues claro que no!

En aquel momento, la lección de espeleología se centraba en los peligros que podían ocurrir durante la exploración de una cueva: había que ser especialmente cuidadoso, e ir tanteando continuamente el terreno si uno no quería ser absorbido por un sumidero, o una sima, ya que en el fondo podría haber, en el mejor de los casos, un río subterráneo poco profundo, o si no se tenía tanta suerte, roca y piedra, o incluso una formación de estalagmitas, como si se tratase una de esas viejas trampas que siempre aparecen en el momento de mayor tensión durante el clímax de una película de aventuras…

-Por dios, esto es demasiado aburrido, y lo único que hace es dar ganas de esconderse en un agujero –dijo Ramiro cuando decidió reanudar la conversación-si al menos hubiese algún tipo de lección práctica con salidas al campo…
-O que nos dejasen tirar a este tipo por un sumidero a cambio de más créditos, ya que estamos. Pero en fin, si ese experimento del que hablan los rumores no es para crear felices zombies que aman a su líder… ¿Qué tipo de experimento es?
-Pues verás, este experimento se lleva desarrollando desde tiempos de la Guerra Fría. Al parecer, desde el propio bloque aliado se buscaba una garantía adicional de para proteger a los supervivientes, en caso de cumplirse el acuerdo de destrucción mutua.
-¿Pero la idea de los bunquers anti bombardeo no surgió en esa época?
-Si bueno, pero ¿Cuántos años puede permitir hacer vida normal un sitio cerrado bajo tierra? ¿Algunas décadas, como mucho? ¿Y si hay que salir urgentemente al exterior, por la razón que sea?
-Ya veo por donde vas…
-Exacto. Al parecer, las inyecciones son el paso que va después de los refugios para poder vivir en el exterior después de un ataque de ese calibre.

En ese momento, la clase de supervivencia se centraba en la exploración de los ríos subterráneos, una vez encontrados. A parte de los peligros normales que podría suponer la exploración de un acuífero normal, había que tener en cuenta que en un afluente que recorriese las diversas galerías subterráneas, a veces había tramos en los que el agua llegaba hasta el techo de la caverna, cosa que hacía imposible una exploración sin un sistema de respiración subacuática. Además, siguió diciendo el orador, había que tener especial cuidado cuando se exploraban ríos de poca profundidad que podían dar al exterior, ya que al final del mismo podría hallarse una surgencia, grandes saltos de agua que salían desde el interior de la roca. Un explorador demasiado confiado podía terminar saliendo disparado al vacío si no tenía cuidado con los ríos que tuviesen una corriente demasiado fuerte. Después de eso, la clase se centró en los diferentes tipos de rocas y cómo éstas podían indicar la existencia de agua, cosa que hizo que Él dejase de prestar atención para reanudar su conversación:

-Dime una cosa, Ramiro… Si esa misma vacuna la llevan desarrollando desde la Guerra Fría… ¿Por qué razón dio tantos problemas al principio? ¿Por qué han tenido que hacer diferentes versiones hasta dar con la definitiva?
-La explicación más lógica suele ser la más sencilla, y esta es que a la vacuna original le tuvieron que añadir la función de proteger de armas químicas y biológicas. Pero si te digo la verdad, no tengo ni idea en qué se parecerá la última vacuna con la versión de la vacuna original…
“Aunque a decir verdad, creo que no hay que preguntarse qué ha cambiado en la vacuna, sino cómo nos ha cambiado la vacuna a nosotros…”



Día 406 tras el Apocalipsis

Algo había cambiado dentro de Él. Lo sabía, estaba seguro. Tras todo aquello, el que hasta entonces era todo su mundo había cambiado.

Después del pavoroso espectáculo que supuso el hundimiento parcial de la aldea, y con una gran nube de polvo que lo cubría todo como el telón de un teatro como punto final, el silencio sepulcral que siguió todo aquello sonó como una ovación que procedía de un público de ultratumba. El Caminante corrió todo lo que pudo, en un intento desesperado de empezar a proporcionar primeros auxilios antes de que la población de la aldea se redujese. Luego recordó que pasó de hacer ningún curso de primeros auxilios y que cuando llegase allí no sabría qué hacer si la vida de alguien corriese peligro. A pesar de todo, no aminoró la marcha porque sabía que en una situación así, cualquier ayuda que pudiese dar sería buena. Cuando faltaba menos de medio quilómetro para llegar a la aldea, empezó a escuchar los primeros sollozos de angustia, y las voces desesperadas que llamaban a seres queridos desaparecidos entre la gigantesca nube polvo. Conforme avanzaba se podían vislumbrar entre la espesa humareda borrosas siluetas que avanzaban con los brazos extendidos, a ciegas, emitiendo a coro un sollozo desesperado, como una coral de fantasmas ciegos.

Intentó contener la respiración todo lo que pudo mientras se ajustaba la capucha del impermeable protector, la cual tenía en la parte delantera una membrana de una tela sintética, la cual podía hacer de mascarilla para proteger de polvo; una vez estuvo dispuesto, avanzó entrecerrando los ojos y maldiciéndose por dentro por no haber cogido las gafas protectoras que traía consigo al salir de su refugio. Veía como aquí y allá se empezaban a alzar otras siluetas, más grandes y estáticas, que correspondían a los edificios de la aldea. Se dio cuenta de que cuanto más se acercaba al centro de la pequeña población, veía menos siluetas que intentaban huir de la espantosa grieta que se había abierto como una herida en medio de aquella tierra; lo más preocupante de todo era que con la espesa nube no pudiese ver aquel agujero enorme y terminase precipitándose al vacío… otra vez.

No obstante, no tuvo esa mala suerte, ya que hubo un momento en el que frente a él se empezó a dibujar una forma rota, rasgada de una forma grotesca, y hecha añicos. Al Caminante no le costó reconocer, no sin sentir cierto terror, que era parte de la casa que momentos antes vio saltar por los aires, y vio con mayor horror de que se trataba ni más ni menos de la casa donde se cultivaban los pocos alimentos con los que tenía que subsistir la aldea. “Si no fuese suficientemente malo el problema de la escasez de agua, ahora además vamos a estar sin comida…”. Estaba pensando en cómo iba a decirles a todos que la partida de búsqueda de agua había sido peor que un fracaso total. “Sí, bueno, no he encontrado agua, pero sí un bicho con muchos tentáculos negros, de aspecto peligroso e infecto. A lo mejor nos lo podemos comer, si no nos come él antes.” Podía distinguir por su oscuridad tenue el abismo que se extendía algo más allá, pero era algo tan vago, tan difícil de distinguir, que no hubiera sabido decir si estaba allí.
-Agua…
Sí, el agua. El agua era la fuente de todos los problemas, es más, los problemas se habían diluido en el agua y ahora fluían con la misma facilidad. Recordó lo que le dijo Achmed antes de irse: “Basta un pequeño temblor o un desprendimiento en un par de quilómetros a la redonda para que el pozo se derrumbe o quede drenado por la formación de alguna bolsa de aire”. Al parecer, Achmed acertó de pleno, aunque con un resultado mucho más catastrófico de lo que había previsto.
-Agua… por favor…
Giró en redondo, mirando a su alrededor. La primera vez no estuvo del todo seguro de haber escuchado aquella voz, ya que sonaba tan débil que era imposible saber si era un grito lejano. Pero estaba ahí, cerca de Él: de hecho, estaba seguro de que procedía de los escombros que habían sido en tiempos mejores la casa invernadero en la que Luca y Camila cultivaban patatas. Es más, aquella voz…

Saltó por encima de los escombros y empezó a retirar piedras con la mayor rapidez que pudo, lanzándolas lo más lejos que podía de los restos de la casa. Algo le decía que la voz que había escuchado procedía justo debajo del punto sobre el que se encontraba ahora mismo. Hubo un momento en el que la espesa nube de polvo por fin empezó a disiparse, dejando pasar la luz del sol y permitiendo entrever los oscuros huecos que quedaban entre los cascotes. Y justo en uno de esos pequeños resquicios, en un fondo oscuro y apenas perceptible, pudo ver un ojo hinchado y amoratado.
-Agua… ayuda…
-¡Aguanta!
Siguió sacando cascotes de entre las ruinas, siempre con cuidado de no provocar ningún derrumbe que pudiese dificultar aún más la labor de rescate. Estaba en ello cuando escuchó unos pasos que se acercaban; se alzó y vio a Ángel, que iba llegando a su posición poco a poco mientras miraba con aire ausente hacia el otro lado, con las gafas torcidas y opacas por el polvo, con un aspecto que recordaba al de un científico loco tras un demencial experimento fallido.
-Dioses… Y yo que pensaba que lo de Alderaan había sido trágico…
Miró hacia la misma dirección que el médico y supo a los que se refería: justo detrás de él se extendía el abismo, inmenso. El fondo era apenas distinguible, y se lo tragaba la oscuridad, la cual era como un manto opaco que cubría el lecho del mismo. A diferencia del pequeño cañón al que se asomó el otro día, aquel enorme socavón no solo le devolvía la mirada, sino que daba la impresión de que tiraba de él, lo atraía, quizás para hacerle caer al vacío, tragárselo, y hacerle desaparecer para siempre. Era un vacío malvado, negro, y que además daba la sensación de estar vivo; es más, tuvo incluso la impresión de ver por el rabillo del ojo algo arrastrándose…

Se tuvo que obligar a apartar la mirada, ya que recordó que hacía rato que no escuchaba nada de debajo de las ruinas sobre las que se hallaba:
-¡Ángel, déjate de analogías estúpidas y ven a ayudarme! ¡Aquí debajo hay alguien! ¡Creo que es Luca!
El médico se ajustó las gafas lo mejor que pudo, y fue corriendo hacia Él. Juntos empezaron a retirar escombros lo más rápidamente que pudieron, hasta dejar libre a Luca de cintura arriba. No respiraba.
-¡Dios! ¡Haz algo, Ángel!
El médico alargó una mano que puso en el cuello de Luca.
-Lo siento tío… ha muerto.
-¡Pues reanímalo!
-¿Con que? ¿Tienes tú ahí un desfibrilador de bolsillo? ¿Llevas encima un chute de epinefrina?-dejó salir un suspiro de amarga resignación-Lo hemos perdido, Caminante.
Se hizo el silencio entre ambos. Se sentía enfermo por dentro, y tremendamente culpable por no haber hecho más por el pobre Luca. “Sin patatas, sin invernadero, y ahora sin nadie que nos ayude a cultivar la comida”. Estaba pensando en lo cruel que había sido el destino al dejarlos sin sustento, cuando empezó a escuchar un rumor, primero más lejano, y luego más intenso, que provenía de algún lugar del abismo. Ángel y Él dirigieron sus miradas hacia el vació sin saber muy bien que esperar…

Y entonces, al igual que enormes corchos de champán, salieron disparados grandes trozos de roca de diferentes puntos de las paredes de aquel enorme agujero. Se habían abierto varias aberturas por las que ahora se empezaban a verter miles de litros de agua, quizás centenares de miles.
-¿Qué demonios es eso?-preguntó Ángel sobrecogido.
-Eso son surgencias… Ríos subterráneos que surgen al exterior a través de una pared de roca. Parece ser que al bueno de Luca se le cumplió su último deseo.
-¿Cuál era su último deseo?
-Agua…
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