VI

Día 212 tras el Apocalipsis

No recordaba el tiempo que hacía que no se sentía así.

¿Quién iba a saber que, incluso tras haber llegado el fin del mundo, era posible reencontrar la felicidad?

“En fin, ya se sabe como son estas cosas, ocurren justo cuando menos te las esperas y a veces, en el momento menos oportuno… o justamente, en el mejor posible”.

Y es que, al fin y al cabo, el amor no entiende de edades, y mucho menos de política o de desastres mundiales que han convertido un planeta entero en un lugar inhóspito, incapaz de albergar cualquier forma de vida durante mucho tiempo.

Sucedió al poco de salir del refugio. Tres noches después de haber caminado dirección norte, divisó en el horizonte, desde la dirección de la que venía, un resplandor rojizo que duró unos minutos, y después se apagó como una vela en medio de una tormenta en alta mar. En ese momento, las esperanzas del Caminante de encontrar a alguien más en el mundo de fuera se apagaron como aquella luz en la lejanía, si no fuese porque unas semanas después de aquello se encontró con una sonrisa que resucitó la esperanza que había muerto en su interior. Aunque claro, dicen que la esperanza de encontrar algo desaparece justo cuando lo encuentras… “Pero aún así, si ella ha podido sobrevivir completamente sola, es posible que también haya más gente por aquí fuera, volviendo a empezar sus vidas desde el principio”.

Se encontraba a medio kilómetro de la pequeña chabola que ahora era su hogar. Sólo eran tres paredes hechas de bloques de hormigón que apenas se mantenían en pié, unos palés con una mezcla de hierbajos secos y algo de barro para mantenerlos unidos como argamasa, y unas planchas rotas de metacrilato encima para impermeabilizar aquello que podría llamarse techo, aunque la verdad era que de momento no había mucha lluvia de la que resguardarse… Lo cual podría llegar a ser, algún día, un problema del que preocuparse, ya que, o el tiempo se estaba mostrando clemente durante lo poco que quedaba de verano, o el hecho de que gran parte de la vegetación de aquella tierra se hubiese extinguido había sido razón suficiente como para que la lluvia decidiese tomarse unas largas vacaciones. A pesar de todo, por allí cerca pasaba un pequeño río que aún no se había secado, y del que todavía se podía sacar agua limpia con un cubo sin muchos problemas.

Y eso precisamente era lo que el Caminante estaba haciendo mientras seguía sumergido en sus pensamientos. De no haber sido por un grito que lo sacó de donde estaba, probablemente habría acabado ahogándose en su propia mente. Venía de río abajo, de algún lugar entre aquella garganta estrecha por la que aún no se habían aventurado a pasar. Y si su subconsciente no lo engañaba, era ella la que había gritado.

Dejó el cubo en tierra a toda prisa, pero con cuidado de no derramar el precioso líquido, y siguió corriente abajo, corriendo todo lo que le permitía el accidentado terreno. Cuando llegó a la entrada del estrecho pasadizo de roca y agua, miró hacia su interior en penumbra sin llegar a distinguirla por ninguna parte. “Maldita sea, como se haya hecho daño…”

-¡Oye! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
-¡Estoy aquí dentro! ¡Corre, ven!
-¿Se puede sabe cómo has llegado ahí dentro? ¿No te habrás caído desde arriba, verdad? –A veces, cuando iban al pequeño río a por agua, ella se dedicaba a explorar por los alrededores, pero aquel barranco en el que habitaban apenas tenía unos setecientos u ochocientos metros de longitud como mucho, durante el cual aquel río salía a la luz desde una cueva por la que apenas pasaría un perro grande, para volver a meterse en aquel estrecho espacio tallado por la erosión, tan ancho como podía llegar a ser una persona normal. A veces ella escalaba a la parte de arriba para intentar ver si allí el río se ensanchaba bajo la roca, pero a él no le hacía mucha gracia, porque si se pisaba en algún sitio en el que bajo una estrecha porción de tierra sólo hubiesen unos cuantos metros de caída libre… El resultado sería como poco trágico. Por suerte, la voz que le respondió no sonaba como si se acabase de estrellar contra el suelo.
-¡Que va! Entra andando sobre el río, y llegarás hasta donde estoy. Ten cuidado, antes casi me caigo de morros en un sitio que se hace más profundo y tiene rocas en el fondo.

Le parecía una locura el tener que adentrarse en un sitio así sola y sin haberle dicho nada, pero así era ella. Tenía la energía de una supernova metida dentro, y puede que aquello fuese lo que le daba la suerte de sobrevivir a cualquier situación. Al fin y al cabo, si había sobrevivido a un Apocalipsis, una gruta oscura y húmeda no iba a suponerle ningún problema.

El interior del estrecho pasillo de piedra era mucho más fresco que el exterior, y una vez se acostumbraban los ojos, aquel sitio no estaba tan oscuro gracias a la luz que entraba a través de la fisura de arriba. El problema principal era que no había más remedio que caminar por en medio del arroyo, y lo de mojarse los pies no le suponía ninguna molestia, porque era algo que le recordaba a los veranos de su infancia; a pesar de todo, el lecho del río era oscuro, y había que esquivar piedras y barro completamente a ciegas. Y justo como ella le había avisado, en algunos tramos la profundidad crecía de repente, y por si fuera poco, en tramos muy cortos, convirtiendo esos resbaladizos agujeros en algo muy peligroso con la molesta misión de partir piernas y romper dientes contra las rocas del fondo. Aprendió pronto a no despegar en ningún momento las manos de las paredes, siempre que estas estuviesen dentro de su alcance, para agarrarse en caso de caída.

Llegó un momento en el que las paredes empezaron a ensancharse más de forma peligrosa (al menos para alguien que quería utilizarlas en caso de tropezar) aunque no así el arroyo. A ambos lados, empezaban a surgir en ambos lados a modo de orilla, por llamarla de alguna forma, secciones de roca por las que el agua no pasaba. Salió del riachuelo y caminó un rato por la piedra seca, siempre cerca de la pared y caminando con cuidado de no encontrarse con una sima o una grieta puesta ahí por una geología con malas intenciones. Notó que poco a poco el suelo que pisaba se volvía menos firme, con más piedrecillas sueltas y grava, y que allí delante el espacio se ensanchaba aún más. Se detuvo en el momento en el que la pared decidió irse a toda prisa de donde él estaba, y al otro lado vio que era igual.

En ese momento contemplo con atención el lugar en el que estaba. Era una especie de cueva, pero nunca había estado en una que fuese tan grande, y desde luego, no en una en la que la luz entrase de forma tan peculiar, y con tal extensión de agua. La grieta que era la parte superior de garganta continuaba hasta más o menos la mitad de la estancia, momento en el que se convertía en una sima de un tamaño lo suficientemente grande como para iluminar casi toda la cueva, y luego terminaba sin más. Excepto la pequeña playa de gravilla en la que estaba él, toda la superficie interior estaba llena de agua, formando un lago subterráneo del tamaño de media piscina olímpica. La luz que entraba desde arriba se reflejaba en el agua, y dibujaba en las paredes extrañas formas fluyentes, ondulantes e iluminadas de forma especial, dándole a aquella caverna una atmósfera que un poeta habría clasificado como mágica.

La fascinación que le había creado aquel lugar se vio interrumpida por otro hechizo mucho más fuerte, que empezó a formularse con el sonido de un chapoteo en el agua, que siguió al surgimiento de las aguas de una figura femenina…

…desnuda.

-¿No es genial? ¡Ahora ya no tenemos que quedarnos en la cabaña, nos podemos quedar aquí a vivir, junto al agua, y podremos beber y bañarnos siempre que queramos!
-Bueno, eeeh –Balbuceó al ver su suave piel reluciente perlada por miles de gotitas de agua- creo que aquí tendríamos que calentarnos para pasar el invierno. Por la humedad. Y porque no entra mucha luz. Y esas cosas.
-¿Qué? ¿No te gusta? –Dijo con una voz lastimosa, pero que tampoco pretendía despertar la compasión del peor de los tiranos, mientras se le acercaba poco a poco- Y yo que ya tenía pensado mover nuestras cosas aquí, e incluso intentar pescar algo…
-Creo que podríamos venir aquí en Verano, uhm…-Cada vez la tenía más cerca, hecho que le impedía pensar con claridad- pero si lloviese mucho, pues a lo mejor no podríamos…
La tenía ya delante suyo. Se apegó a él, tal y como vino al mundo, y con la piel aún húmeda y fresca. La miró desde arriba, debido a la altura de ella. Con su edad aún le quedaban unos pocos años para seguir creciendo, pero aún así, la época del estirón se quedó atrás hace muchísimo tiempo, con lo que no llegaría a crecer mucho más. Tampoco estaba muy bien dotada, o como habría dicho en la época de pre enamoramiento, le faltaban tetas y culo, aunque tenía ambas cosas muy bien puestas. “Pero me da igual. Para mí, siempre será perfecta, sea como sea”.
-¿Quieres que nos bañemos juntos?
-¿Cómo? ¿Los dos? ¿Juntos? ¿En el agua? ¿Sin ropa?
-¡Je je, claro tonto! –Para algunos, su risa habría sonado algo chillona, o incluso para alguien con pocas ganas de reír, estridente, pero a él le sonaba como un coro de ángeles- No todos los días se encuentra agua en medio de… bueno, del desierto en el que se ha convertido casi toda la tierra, y… es algo que habría que celebrar… ¿no?

Conocía esa expresión. La expresión de cuando ella cerraba lentamente los ojos, abría ligeramente los labios, y ladeaba un poco la cabeza. Era la señal de que se volvían a abrir las puertas del Jardín de las Delicias. La señal de que se iba a fundir con aquellos labios salpicados de gotitas de agua fresca, en la que acababa de bañarse, y de que iba a notar su delicioso sabor. En definitiva, era la señal de que iban a sonar las trompetas celestiales, los trombones del infierno y el rock de la Kasbah. Acercó suavemente aquel hermoso rostro hacia sus labios, al tiempo que dijo:

-Por supuesto…



Día 400 tras el Apocalipsis

-¿Eh? Sí. Por supuesto. Me encuentro perfectamente.

Once días. Eso es el tiempo que llevaba pasando cada comida mirando el plato, y preguntándose porqué demonios no tenía ganas de comer. No es que la comida le resultase indigesta, ni que aquella hospitalaria gente cocinase mal. Es que simplemente no tenía nada de hambre. Se comía todo lo que le ponían en la mesa (o, al menos, todo lo que se podía permitir comer en esas condiciones) para cumplir su papel como huésped, pero no sentía la rugiente llamada de su estómago antes de sentarse, y tras levantarse, era… no se podía decir como si tuviese el estómago vacío, si no más bien como si no tuviese estómago. Estaba perdido en esos pensamientos, hasta que llegó Ángel y le preguntó si estaba bien.

-Es que verás… me he dado cuenta de que apenas comes, y no lo haces con muchas ganas, la verdad. Y en un lugar como éste, en el que todos deberían ayudarse, lo ideal sería que cada uno estuviese en el mejor estado de salud posible.

“Bueno, la verdad es que mal no me encuentro. En realidad, hacía tiempo que no me encontraba tan sano, pero… Espera, ¿Eso era una indirecta?”

-No, en serio, estoy bien… ¿Necesitas algo?
-La verdad, sí.
“Estaba claro”.
-Pues tú me dirás.
-Verás… justo donde está la el viejo caserío, en las cuadras, hay un almacén. Allí he encontrado un generador de electricidad, de esos que funcionan con gasolina. Ya sabes, de los que ponían en la ferias y hacían muchísimo ruido, algo como “PROM, PROM, PROM, PROM…”
-Sí, ya sé de qué me hablas.
-Pues verás, le vendría bien a todo el pueblo si lo sacásemos de allí y lo intentásemos arreglar, por si algún día nos hiciese falta algo de corriente… y bueno, lo haría yo mismo, pero me temo que pesa demasiado para mí solo. ¿Vendrás a ayudarme?
-Claro, se supone que ahora debo ayudaros en todo lo que pueda, ¿no?
-Bien, sígueme.

En ese momento, estaba pelando patatas para Dora, la mujer que se había hecho cargo de cocinar para todo el pueblo. El hecho de no disponer ni de luz ni de gas para cocinar hacía necesario el tener que economizar toda la leña que habían recogido de las viejas casas, por lo que sólo podían tener una hoguera encendida para ello si querían que durase hasta… bueno, hasta que se terminara y tuvieran que buscarse otra forma de hacer fuego. El marido de Dora era un hombre bajito, rechoncho, un poco calvo y con bigote que se llamaba Miguel; era el dueño de un bar bocatería, pero como decían casi todos a sus espaldas (y los que le tenían más confianza, se lo recordaban abiertamente cada vez que lo querían hacer rabiar), Dora siempre había mandado más que él tanto en casa como entre los fogones, y ni el mismísimo Fin del Mundo iba a cambiar aquello.

Pero para al Caminante se le había hecho aburrido el oír todos los días desde la puerta de la cocina que daba al exterior cómo Dora le gritaba órdenes a su marido cual sargento de milicias, mientras él pelaba patatas, así que decidió que no había nada como levantar un poco de peso (y ya de paso, explorar un poco más el pueblo) para romper aquella rutina.

-Y bueno… ¿Cómo llevas eso de ser el pinche de cocina de Dora? –Preguntó Ángel.
-Bueno, ya debes conocerla… Tiene mucho carácter y va a saco con su marido, pero con los demás es muy amable. Cuando me la presentaron me abrazó tan fuerte que casi le echo encima hasta la primera papilla.
-¿Has probado ya su tortilla de patatas especial?
Aquella pregunta le incomodó bastante. No es que pudiese distinguir lo que estaba bueno de lo que no (aunque había que reconocer que todo lo que cocinaba Dora estaba riquísimo), pero por naturaleza, tenía asociado el hecho de que si algo esta bueno, te lo tienes que comer todo, y a él no le acudía esa ansia repentina cuando se prueba algo tan bueno que te lo tienes que terminar antes de que alguien llegue y te lo quite de las manos.
-Oh, sí… el hecho de comer una tortilla hecha sin huevos me resultó… curiosa, al principio. Después me resulto algo realmente cojonudo. Me preparó tanta que había suficiente tortilla para media aldea.
-Si, así es Dora… Si es tan voluminosa es porque no le debe caber su gran corazón en el pecho. ¿Sabes que Ernesto me ha dicho que le contó que de joven se dedicaba a lanzar cuchillos en un pequeño circo ambulante? A una mujer así sólo le falta ser la madre de Sanji…
-¿Quiénes son Ernesto y Sanji?
-Ah, bueno… a Ernesto no lo habrás visto por aquí por que no puede salir mucho de su cama… Es un niño de seis años que sufre de asma desde que era prácticamente un bebé; intento hacer todo lo posible para evitar que muera ahogado cada vez que le da un ataque, pero sin ningún tipo de dilatador bronquial me cuesta mucho, y cada vez va a más. Sanji es… bueno, realmente no importa.
-¿Ernesto es hijo de Dora?
-No, que va… Los hijos de Dora eran ya mayores cuando… bueno, cuando ocurrió todo. Pero ni ella ni su marido saben qué ha podido ser de ellos.
-Supongo que por eso trata a todo el mundo como si fuese de su familia…
-Sí… la historia de Dora es en realidad muy triste; cuesta de creer que una ama de casa tan amantísima perdiese a sus hijos.

Siguieron caminando en silencio hasta que llegaron al caserón. Era el edificio más grande de toda la aldea, aparte del molino donde se reunían todos los supervivientes para comer y tratar sus asuntos diarios. Aquel lugar habría sido mucho mejor para estar todos juntos, de no ser porque estaba en un estado peligrosamente ruinoso; casi todo el techo se había derrumbado sobre el piso superior; de la chimenea, que era de aquellas que estaban construidas por fuera, sólo quedaban unos cuantos ladrillos que se agarraban desesperadamente a lo que quedaba de pared, y prácticamente todas las puertas y portones de las ventanas habían desaparecido. No obstante, las cuadras, que eran un anexo con un de madera carcomida, parecía resistir bien al paso del tiempo. Era casi tan grande como el edificio principal, aunque las cuadras constaban de tan solo una planta baja, como era normal.

-Ahí dentro hay de todo, o casi de todo. Seguro que hay muchísimas cosas que podrían sernos útiles, pero nadie tiene el tiempo suficiente para ponerse a investigar entre todos esos trastos. De momento, el generador es lo único que he encontrado, y por que está bien a la vista.

Cuando entraron, tuvieron que esperarse un poco a que los ojos se acostumbraran a la luz. El Caminante fue el primero en empezar a moverse, y dio un buen vistazo a su alrededor: el aire estaba cargadísimo de polvo, tanto, que los rayos de luz que se colaban entre las rendijas del techo parecían lanzas de oro plateado que caían directamente de los cielos para clavarse con gran determinación en el duro suelo de piedra. Por todas partes habían bultos cubiertos con sábanas y trapos, algunos de un tamaño considerable. Había una gran cantidad de herramientas para trabajar el campo y de obra colgadas de las paredes, y de las vigas del techo. Por aquí y por allá había piezas de motor y diversos cachivaches metidos en cajones de madera, u olvidados en algún rincón del suelo. Muy cerca de ellos, medio oculto por una sábana que alguien había retirado (probablemente, el propio Ángel), estaba el generador. A primera vista se lo veía viejo, pero en buen estado.

-Eh, ten cuidado por donde pisas. –Ángel no se había movido aún de su posición- Más vale que esperes a que se te acostumbren bien los ojos, porque si no ves bien por donde vas, puedes acabar abriéndote…

Un fuerte crujido proveniente del techo le interrumpió. De pronto, todo a su alrededor se convirtió en un caos de polvo, astillas de madera y de algo que parecían plumas de ave. El hecho de ensuciarse un poco habría sido algo de lo que preocuparse poco si no fuera porque la viga que había cortado la frase del médico con su agonizante lamento se precipitaba peligrosamente hacia su cabeza de matasanos.

El Caminante corrió con largas zancadas hacia donde estaba. Ángel no se había dado cuenta de lo que ocurría.

La viga estaba a escasos centímetros de su cráneo, que muy pronto emitiría un sonido muy desagradable si no hacía algo. Y él estaba a demasiados pocos pasos.

“Si lo empujo, le caerá encima de todos modos, y le partirá todos los huesos.”

“O peor aún, al que le caerá encima y le partirá los huesos será a mí”.

Proyectó toda la fuerza que le permitía el peso de su cuerpo hacia la viga. Era algo completamente estúpido, ya que nadie en esa situación era capaz de parar algo que debe pesar más de cien kilos en caída libre quilos sin romperse los brazos.

Y no obstante, surgió efecto, aunque no el que él esperaba.

La viga, en vez de caer encima de Ángel (o detenerse como el Caminante pretendía), se estrelló a pocos centímetros de él, casi tocándole la espalda. Pero no llegó a rozarlo, aunque por muy poco.
-Pero, ¿Qué ha sido eso?
-Una viga del techo ha estado a punto de convertirte en el Doctor Puré. ¿Estás bien?
-Si, creo que sí, me noto entero… ¿Y tú? ¿Te ha golpeado algo en la cabeza?
La pregunta del doctor estaba completamente justificada, ya que después del terrible susto, el Caminante se echaba la mano al frente con gesto dolorido. Por suerte, no se veía el rojo carmesí de la sangre por ningún lado.
-No, no… estoy bien, debe de ser el susto, que me ha dado un poco de jaqueca.

Algo cayó del techo, justo entre ellos, emitiendo un fuerte ruido de aleteo, llenando el aire de más polvo y pelusilla.

-¿Pero qué cojones…?-Aquella cosa intentó huir, de modo que Ángel fue corriendo detrás- ¡Eh, ven aquí! ¡No te me escaparás, maldita hija de…!
-¿Eh tío, qué ha sido eso?
-¡Ya te tengo!
-Enséñamelo, ¿Qué es?

Ángel se giró poco a poco, alzando victorioso la presa que tenía en sus manos.

-Esto, amigo mío… ¡Es justo lo que nos hacía falta para hacer una buena tortilla de patatas!
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