II

26 de Octubre de 2011

-¡Venga ya! Debe ser una broma…

Ahí estaban, de pié, mirando embobados aquel cartel como un puñado de polillas hipnotizadas por la llama de una vela. “Próxima construcción de Refugio Civil Especial. Disculpen las molestias”, rezaba.

El parque… SU parque… no hacía ni dos años que estaba abierto de nuevo, tras unas obras absurdas de un aparcamiento que no se pudieron llevar a término. Y ahora habían vuelto a cerrarlo para más obras.

-Qué mierda, macho. ¿Qué coño les pasa a los políticos? ¿Es que no se habían arruinado lo bastante ya?
-Joder… ¿Y ahora donde cojones vamos a bebernos los litros?

Se giró. Sid levantaba la bolsa con las cervezas, ofreciéndolas a alguien para que lo arreglara todo. “Pues podrías metértelas en el culo, o si lo prefieres, ir a beber a otro lugar”, pensó divertido. Pero sí, había que reconocer que aquella era una situación de lo más surrealista.

-En fin… Podemos ir a Jardín Botánico, a ver qué pasa…
-¿Seguro? La última vez que fuimos, se nos asomaron los maderos por allí.
-¡No jodas! –El fin de semana pasado no estuvo en casa, se tuvo que quedar en la Universidad estudiando.
-Podemos ir a la plaza de mi casa… -La que habló era una chica un tanto menor que él. “Tú lo que quieres es estar cerca de tu puerta para caminar poco…”- …Si os parece bien, claro.

Por otra parte, era una zona con edificios nuevos y poco habitados, por lo que se podía armar bastante jaleo sin molestar a algún vecino, razón por la que, sin mediar palabra, se dirigieron hacia allá.

Era de noche, después de la hora de cenar. Como todos los viernes, salían un rato por la noche, algunos a intentar recordar en conjunto qué habían estado haciendo la noche anterior, otros despejando la mente después de la agotadora semana en la Universidad, el Instituto, y algunos en el trabajo. Como siempre, la cerveza, la marihuana y el hachís acompañaban la velada. Solían buscar sitios en los que molestar poco y aún más, ser poco molestados… Ya que, pese a no buscarse nunca ningún lío, el hecho de beber en la calle y consumir drogas era algo considerado como una actividad muy poco cívica por los “ciudadanos de bien”. No eran unos santos, pero tampoco unos indeseables.

Simplemente, eran ellos mismos.

-¿Os habéis enterado de los atentados en china?
-¡Joder, sí! Armas biológicas. Dicen que fueron los islamistas.
-¡Ja, y yo me lo creo! Seguro que ha sido obra de los yanquis, o incluso de los propios chinos. Lo van a utilizar como excusa para invadir algún país petrolero, ya lo veréis. –Sid siempre saltaba con alguna chorrada anti sistema así. Había asistido, e incluso participado en varios congresos de juventudes anarquistas, actividades sociales y demás. “Pero a la hora de la verdad, es el primero que se raja. Aún así…”
-Bueno, los chinos y los gringos se han hecho muy amiguitos últimamente. Si dicen que lo del 11 de septiembre fue un montaje de Bush, es posible que los americanos aconsejasen hacer algo similar para poder iniciar una guerra.
-Bah, este mundo se está yendo a la mierda; acabaremos todos muertos hagamos lo que hagamos. –El Charlie le dio un trago a la cerveza. Tras ser despedido de la obra y no encontrar trabajo en dos años, pasó a ser alguien más bien pesimista. Les echaba la culpa de todo a los políticos, pero nunca llegó a ser tan radical como Sid. De hecho, siempre daba la impresión de andar entre dos aguas, y al mismo tiempo, irse cada vez de un lado al otro indiferentemente.- Os lo digo en serio; mi abuelo siempre me decía que acabaría siendo mano de obra barata y, ¿Qué pasó tras tres años estudiando en una universidad privada sin terminar los estudios? Que acabé rompiéndome el lomo cargando sacos de cemento.
Por unos momentos, en el aire flotó un silencio pesado y tenso.
-¿Y qué cojones tiene eso que ver con los chinos? –Sid levantó una ceja.
-Pues…
-¿…Eh? ¿Qué pasa?
Todos se dieron cuenta en ése momento que la chica llevaba un rato dando cabezadas. En su ensueño, había perdido por completo el hilo de la conversación.
-No pasa nada, nena.-Sid la rodeó con un brazo. Llevaban unos 9 meses juntos, creyó recordar- ¿Nos vamos a dormir?
-Vale…
-Bueno chavales, nos vemos luego.
Les despidieron. Mientras miraba cómo se alejaban, recordó algo.
-Oye Charlie… ¿Qué es lo que ibas a decir?
-El karma.
-¿Cómo?
-El destino, la fuerza, el equilibrio del universo, como quieras llamarlo. Hagamos lo que hagamos, acabaremos pagando siempre por nuestras malas acciones. Es la forma que tiene el Universo de recuperar su equilibrio natural. La única forma de librarte del castigo es siendo buena persona e intentar arreglar tus errores…-Le dio un trago a la cerveza- Pero claro, eso está demasiado difícil hoy en día, así que…
-Jaja, no se si estudiaste mucho en la privada, pero desde luego, ¡esos católicos te han convertido en un puto santurrón! –Dijo riéndose.
-Bueno, iba a decir que no nos queda más remedio que disfrutar de la vida y darle duro al vicio, que esto se acaba.
-¿Sabes? Brindo por eso… Pero ya verás: china invadirá algún país árabe, los E.E.U.U. la ayudarán, conseguirán mucho petróleo, los ricos serán más ricos, los pobres más pobres, y nosotros seguiremos helándonos el culo en la calle por cuatro birras y unos petas. Las cosas seguirán igual, el mundo seguirá siendo una enorme bola de mierda autocomplaciente.
-Oye, que optimista te veo. Pero ya verás como esta vez es diferente…

Ya lo verás…

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Día 376 tras el Apocalipsis

Lo vio.

Era unas viejas casitas de piedra apelotonadas entre sí, algunas estaban en ruinas, pero buena parte se mantenía en pié. Como bien dijo el Comerciante, apenas era una aldea, pero era probablemente la única población que se veía en cientos quilómetros a la redonda. “El Comerciante… espero que se hubiese dado cuenta de por dónde había pasando.”

Efectivamente, cuatro días atrás, se encontró con el pequeño bosque muerto que le había dicho el enloquecido viajero. Lo cruzó, llegó a un terraplén, y subió al punto más alto para contemplar el supuesto valle que se encontraba detrás… Y entonces, se dio cuenta de que se encontraba en un sitio muy, muy peligroso. “Oh… ¡mierda!”, pensó mientras salió corriendo disparado en dirección contraria. “Tengo que salir de aquí cuanto antes, y dar un rodeo si fuese necesario…”.

El rodeo le costó tres días de viaje más de lo previsto, pero por lo menos llegó a su destino. El problema ahora residía en que corría el peligro de morir pasadas unas horas, o tal vez unos días, o incluso con suerte, varios meses… “Pero al menos, ya no lo haré sólo”.

Llegó a la aldea, y habría sido como meterse de lleno en la tierra de los muertos, si no fuese por que llevaba ya andando por ella muchos días atrás. Miró a todos lados y no encontró ni un solo signo de vida: ningún rostro desconfiado mirando por una ventana, ni un niño llorando… absolutamente nada. Fue como si allí nunca hubiese vivido nadie.

“Oh, no… ¿Habrán muerto todos ya? ¿He llegado demasiado tarde?”

“No… el Comerciante me mintió, puede que no directamente, pero lo hizo”. Tuvo que recordarse una vez más que aquel hombre parecía tener las facultades mentales alteradas. “Pasó por aquí, eso es verdad, pero nunca vio a nadie… pero, si no me dijo la verdad, ¿De dónde sacó la comida?”. No llevaba productos deshidratados como los de los refugios; recordaba haber visto algo parecido a unas patatas. “Dudo mucho de que se las encontrara, parecían buenas para comer…”

Quedarse de pié allí pensando no servía de nada. Tenía que mirar dentro de las casas, investigar el pueblo.

Pasó al lado de lo que debió ser uno de esos antiguos molinos de agua, que se encontraba en un estado ruinoso. Cruzó los escombros y buscó bajo la estructura de madera, para ver si quedaba algo para beber. Y aunque se encontró con el lecho de la acequia sin agua, le bastó con meter la mano en el suelo para ver que sí había barro… “¿Sería de aquí de dónde sacó agua el Comerciante?”

Pero eso no explicaba las patatas.

Siguió buscando por el pueblo. Miró dentro de todas las casas, las que quedaban en pié y las que no. En ninguna de ellas había nada que le indicase si habían acogido alguna vez a alguien en su interior o no. Ningún juguete, ni cacharros de cocina, ni siquiera viejas fotos… nada. Se sentó a la sombra de un muro semiderruido. No hubo ninguna tormenta desde su encuentro con el Comerciante, así que agradeció la caricia de la brisa y no los crueles arañazos de la ventisca de polvo y arena, pero no se sentía sosegado. Había encontrado el pueblo, sí, pero no a sus habitantes, ni tampoco suministros. En pocos días moriría enfermo, de hambre o de sed, y nadie contemplaría su muerte, salvo aquellas casas, las porquerizas y la vieja iglesia que…

“¿Eh?”

La iglesia. Por alguna razón, no se había fijado en ella, pero ahora se levantaba burlona cual vieja arpía, retorcida y encorvada sobre sí misma, delante de él. Y vio que había algo clavado en la puerta. Algo semejante a una carta. Se acercó a ella para leerla mejor:

“Querido viajero que estás de paso:
Llegamos a este pueblecito tras salir de nuestro refugio, a las pocas semanas de que sucediese el Desastre. Era un sitio acogedor, tranquilo y con agua, así que decidimos quedarnos.
La vida parecía volver a su curso, y todos habíamos empezado de nuevo desde cero con renovadas esperanzas.
No obstante, un día, el molino se secó. Nuestro futuro parecía desvanecerse ante nosotros como un terrón de tierra seca.
Por suerte, llegó a nuestro un visitante que provenía de un pueblo a 6 días a pié de aquí, tras el antiguo puerto de montaña. Según él allí tenían un suministro de agua muy abundante, y también habían conseguido plantar alimentos. Pudimos probar patatas de nuevo, después de casi un año comiendo los víveres que pudimos sacar de donde nos escondimos.
Por favor, sólo te pedimos una cosa: respeta estos hogares que durante estos largos y duros meses nos han protegido. Si quieres compañía, sólo tienes que venir donde estamos nosotros: tras las montañas del norte. Sigue la carretera para llegar antes. Nos llevamos todas nuestras pertenencias con nosotros, así que no busques nada de valor, pues no encontrarás nada que valga la pena.
Perdonadnos por abandonaros, queridas casas nuestras.”

Contempló la plancha de madera sobre la que estaba escrita la carta. También examinó la pintura con que la escribieron. “Sin duda, es reciente.” Puede que el Comerciante tuviese razón sobre la gente que vivía en ése pueblo “Aunque, ¿Quién me prueba que esto no lo ha escrito él?” No obstante, la coartada del agua coincidía. Y las patatas fue lo único que vio, pero podría ser posible que tuviese más comida, la comida que le cambiaron a por gasolina…

“No me queda más remedio. Debo cruzar las montañas.”
0 Responses

Licencia Creative Commons
Maitreya por David Pàrraga Sanfèlix se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://maitreyalanovela.blogspot.com/.