IX


INFECTO



En algún momento del año 2011, en algún lugar de un bosque centroeuropeo…

-¿Sabíais que aquí fue donde Tarantino rodó aquella mierda?

La tranquilidad de aquel bosque se vio turbada por el rugido del motor de un tráiler, el cual avanzó lento y bamboleante hasta aquel claro, donde se detuvo. Apenas un instante después, salieron de él dos hombres y un muchacho. Aunque su conversación se desarrollaba en árabe común, los dos mayores hablaban con un fuerte acento inglés, mientras que el más joven hacía sus esfuerzos por disimular un acento más galo.

-Pues a mí me gustó, ya sabes; va de unos rebeldes que luchan contra un poder opresor y todo eso. Y mola.
-¡Y la guerra de las galaxias también, Lobato! Pero lo que diferencia a una película de otra es que al menos una es entretenida, y la otra una mierda aburridísima.
-Sí, chaval –dijo el otro hombre- ni importa lo buena o mala que sea una causa; lo que importa realmente es que ejecutes correctamente cada acción que realices por ella. –Se subió a la cabina del camión para atender una llamada por radio, pero antes de contestar, añadió: -Espero que no se te olvide, porque como la fastidies, podrás considerar tu causa como perdida. ¿Entiendes, Lobato?
-Por supuesto… señor.

Lobato era un muchacho de unos dieciséis años de edad, aunque el intento de perilla que lucía lo hacía parecer mayor… pero tampoco mucho. Sus rasgos lo identificaban irremediablemente como uno de esos “inmigrantes de tercera generación” (aunque él había nacido en Francia, había sido criado por padres que habían vivido y crecido desde su más tierna infancia en Francia, y era tan francés como cualquier hijo de voisin), tal y como etiquetaron a tantos y tantos chavales de su generación. Y aunque lo llamaban Lobato (en realidad, ése no era más que su nombre en clave), no le gustaba nada que le trataran como a un lobo… aunque sería más ofensivo que le hubiesen tratado como al cachorro de un perro.

Cuando murió su hermana… mejor dicho, cuando algún neonazi (al que la gendarmería nunca llegó a atrapar) empujó a su hermana por una escalera de incendios, acabando así con su vida, las cosas empezaron a ir mal en el instituto, o mejor dicho, peor. No es que antes de aquello fuese el peor de la clase, pero era de los que tenía que hacer grandes esfuerzos para sacar una nota medio decente. Pero sin el apoyo constante de su hermana mayor, sentía que todo aquel esfuerzo no tenía nada de sentido. Sus profesores, como si nunca antes hubiesen tenido en cuenta todo el trabajo anterior ni su situación actual, no tardaron en echársele encima. Le repetían constantemente que era un inútil, que nunca llegaría a nada…

Aquello le sirvió como detonante para dejar aquel ambiente opresivo y pesimista y ponerse a trabajar en algo, pero tampoco le fue bien; los más tolerantes no querían contratar a un chaval sin el graduado escolar, y los demás, bueno… digamos que muchos dejaron de confiar en los inmigrantes y sus hijos tras los últimos disturbios de París. Saltó de trabajo en trabajo sin éxito hasta que por fin dio con el Señor Hassid, el cual le ofreció un sueldo, no muy grande, pero bien digno, a cambio de levantarse a las cinco de la mañana todos los días para acompañarle hasta el matadero. El Señor Hassid era un hombre no muy mayor (resultaba difícil ponerle una edad), y aunque nunca le había preguntado de dónde era, la verdad es que nunca le importaría el origen de alguien que se había portado bien con él, fuese de donde fuese.

Apenas dos meses y medio después de empezar su nuevo empleo, recibió una funesta nueva; Hassid tenía que cerrar el negocio. El dueño del local, es decir, el corso que les alquilaba el bajo, decidió no renovar el contrato. La razón que les dio es que había encontrado a alguien que quería montar una franquicia de una importante cadena de ropa, y que le ofrecían casi el doble por mes. Teóricamente, ése era un movimiento ilegal, pero no podían hacer nada debido a que el contrato de Hassid era meramente verbal. Fuese como fuese, Lobato sabía que todo aquello nada tenía que ver con el alquiler. Tras los disturbios que dejaron en jaque a Paris y a otras ciudades francesas, los medios conservadores de toda Europa achacaron el inicio de los mismos a lo que ellos llamaron una sobrepoblación descontrolada de ciudadanos inmigrantes, que habían traído con ellos un mercado más competente a nivel de precios, que luego habría acabado devorando el mercado local europeo, a no ser que, como sucedió y justificaron los mass media, estallara antes una gran ola de protestas.

Ahora, nadie en Occidente confiaba en los inmigrantes, pese a que ellos lo único que habían hecho era limitarse a jugar con las normas del juego que los países ricos habían creado. En apenas unas semanas, muchos inmigrantes lo perdieron todo; incluso sus padres perdieron su empleo y fueron despedidos al igual que muchos otros. Pese a toda esa impotencia que sentía por dentro, Hassid le dijo que no desesperase, que Dios proveería, que no dejaría a los justos sufrir y a los injustos sin castigar.

Y dos semanas después, sucedió.

Hassid le llamó pidiéndole que se reuniese urgentemente con él y en secreto, en un viejo almacén cerca de aquel matadero al que hacían aquellas visitas matinales. Junto a él se encontraban dos hombres, los mismos que se encontraban junto a él ahora mismo, en el claro del bosque. No le gustó la pinta de aquellos dos, aunque de entrada no supo porqué. Allí, el señor Hassid le habló por primera vez de hacer justicia por su propia mano, de castigar ellos mismos a aquellos por los que habían hecho un sacrificio y que a cambio les habían dado un portazo en todas las narices, en el mejor de los casos.

En aquel lugar apenas iluminado por uno altos ventanucos, Lobato miró primero a su supuesto benefactor y luego a sus dos acompañantes, y entonces se dio cuenta de qué es los que le olía mal acerca de esos dos hombres; eran “demasiado europeos” para meterse en los turbios asuntos vengativos de unos árabes. Pero el señor Hassid le tranquilizó, como si le hubiese leído la mente, añadiendo rápidamente:
-Tendremos que realizar sacrificios, y sacrificios muy dolorosos; pero gracias a Dios, no estaremos solos… y además necesitaremos toda la ayuda que se nos ofrezca.
Y luego le explicó muchas mas cosas, como qué iban a hacer, porqué debía hacerlo él, y porqué debían ir a hacerlo en aquel lugar… Según le explicó, fueron los políticos de aquel país los que incitaron la ola de odio y repulsión, extendiéndola a los países vecinos, como el suyo propio, por lo que debían dar el “pinchazo en el corazón de la cólera”.

Y no podía evitar recordar como aquellos desaprensivos ultrajaron a su pobre hermana mayor… No les bastó con perseguirla por oscuros callejones, ni se conformaron con hacer que encontrase la muerte contra el duro suelo… Tuvieron que marcar con una navaja casi cada pulgada de su piel con unas siniestras esvásticas, y luego ensuciar su pobre cuerpo de orines para saciar su oscuro e infecto corazón. Nunca pudo entender porqué tenían que existir personas tan malvadas. Nunca podría permitir perdón alguno por aquello.

El muchacho se encontraba plenamente sumergido en estos pensamientos cuando el ruido de otro vehículo que se acercaba a través de la carretera del bosque, en su dirección. El camión que venía no era un tráiler, si no que ya era más compacto, más pequeño… más discreto. Pudo reconocer al instante al conductor de edad incierta que, en su rostro, ahora esbozaba un semblante serio.

El Señor Hassid bajó de la cabina del recién llegado vehículo y habló de forma rotunda a los hombres que acompañaban a Lobato:
-Poned la mercancía en su sitio.
Acto seguido se inclinó un poco hacia el chico. Su media sonrisa, que ahora lucía más bien triste, volvió a aparecer una vez más para hablarle:
-¿Te encuentras bien, muchacho?
-Sí, es sólo… que estaba recordando.
-¿Recordando?
-Sí… en parte, recordando porqué voy a hacer esto. O mejor dicho, por quien.
El Señor Hassid lució ahora una sonrisa aún más triste, y añadió:
-Tranquilo… estoy seguro de que todo saldrá según lo previsto, y de que tú cumplirás perfectamente tu papel. –Tras echar un vistazo a su alrededor, dijo:- Es casi mediodía, chico… Tal vez deberíamos dejarte a solas para que puedas rezar en paz unos momentos, ¿Qué te parece?

Supo que con toda la presión que tenía encima, aquello era lo mejor que podía hacer en aquel momento. Se alejó entre los árboles con una esterilla bajo el brazo, la cual extendió mirando hacia la Meca, como era costumbre, mientras los hombres seguían sacando opacos paquetes marrones de entre las cajas de juguetes. Cuando Lobato se alejó lo suficiente, uno de los europeos se acercó a hablar con el jefe:
-Oye… ¿Cómo podemos estar seguros de él? ¿Cómo sabemos que no la va a fastidiar?
El hombre que segundos antes había sido el Señor Hassid, se deshizo de su amable y triste sonrisa para ocupar su rostro con una expresión fría y calculadora.
-No lo hará. Me aseguré bien de ello.
-¿Seguro?
-Seguro. Todo lo que tenía que hacer era darle el empujoncito que necesitaba. Y me aseguré de dárselo bien.
-Ya… -Y mientras volvía a su trabajo, el hombre que era indudablemente anglosajón (al igual que su otro compañero), añadió:

-¿Y se lo diste a él… o a su hermana?


Día 405-406 tras el Apocalipsis

Se volvía a encontrar otra vez en aquel lugar sagrado.

La luz del Sol, que penetraba diáfana desde la sima del techo del pequeño lago subterráneo, creaba graciosas y psicodélicas formas luminosas en las paredes, y teñía sus cuerpos desnudos de suaves destellos dorados. Todo cuanto se encontraba allí era delicioso para todos los sentidos, como si proviniese del platónico mundo de las ideas; la agradable brisa de la cueva, los rizos de la melena de ella, que tenían el color de las dulces cerezas, el agua corriendo limpia, fresca y juguetona entre la parte baja de sus vientres y más allá, y cómo los dos se fundían en un largo y cálido abrazo, y juntaban sus labios para saborear las deliciosas, deliciosas mieles póstumas al éxtasis amoroso…

Ahora, ella tenía la cabeza apoyada en su pecho, mientras él acariciaba los enroscados bucles de su largo pelo. Pese al gran gozo que no podía evitar sentir dentro de él, notaba que en aquel momento se la veía cabizbaja y pensativa. Desde que decidieron irse a vivir al pequeño lago, su situación había mejorado, al menos en parte; ya no tenían que preocuparse por encontrar la preciada agua, vivían protegidos de las inclemencias del cruel y mutado tiempo, y además podían pescar algo de comida de vez en cuando con la que comer de caliente casi todos los días…

“Lo más seguro es que, sin tener ahora preocupaciones para sobrevivir, estén saliendo todos los sentimientos de pérdida que han estado dormidos desde que pasó todo…”
Si había alguna forma de aliviar esa carga, la mejor era, sin duda alguna, dejar que la compartiese con él:
-Nena, te encuentro algo triste… ¿Estás bien?
-Bueno, es que… -tras hacer una breve pausa, y poner en orden sus ideas, por fin dijo:- ¿Cómo te lo diría…? ¿Nunca has pensado en lo que hemos hecho…?
-Bueno, si te refieres al que nos acabamos de echar, yo diría que ha sido, en mi vida, el mejor de los…
-¡Eso no, tonto! –Dijo ella entre risitas y dándole un golpe cariñoso con el puño en el pecho. Había dicho esa tontería para levantarle un poco el ánimo, y por lo visto lo había conseguido: -Vale… la verdad es que lo que hay entre nosotros es lo más dulce y lo mejor que me ha pasado en el mundo… y bueno, también me encanta hacerlo contigo, pero…
-Sigue… te escucho.
-¿No te remuerde la consciencia lo que hemos hecho… como humanidad?
-La verdad es… que después de lo que sucedió me pasé mucho tiempo pensando en si todo el progreso humano a lo largo de la historia merecía la pena si todo tenía que terminar así.
-Ya, pero es que… ¿No te ha parecido que confiábamos en saber cuando había que parar? Sobretodo los últimos años… era como si esperábamos que Dios o la Madre Tierra nos dijese que había que detener toda la maquinaria.
-Dudo mucho que, después de todo lo que el mundo ha vivido, exista un Dios que se preocupe por nosotros…-dijo Él.
-No se trata de Dios… o bueno, a lo mejor sí, pero es como si en el fondo siempre hubiésemos confiado en que el potencial de la humanidad tenía un límite. Algo que nos pararía los pies antes de estropearlo todo.
-Nena, ¿no te he dicho siempre que podemos ser capaces de alcanzar todo lo que nos propusiésemos? Bueno, a lo mejor el mundo entero no, pero…
-No, en eso te equivocas. Podemos alcanzar todos nuestros objetivos, pero… ¿De qué sirve si después no vamos a poder corregir los errores del pasado?
<<Creíamos que el ser humano no sería capaz de cambiar el mundo por completo…
Pero cuando lo conseguimos, nos dimos cuenta de que era demasiado tarde para volver atrás.
Nada ni nadie se interpuso en nuestro camino para advertirnos de que seríamos capaces de atrapar el Sol y hacerlo nuestro, y que nos abrasaríamos al llegar hasta él. >>
-¿Sabes? Tal vez tengas razón. Tal vez alguien tuvo que advertirnos de que nuestros actos sin mesura acabarían con nosotros…

La luz que inundaba pacíficamente toda la cueva empezó a apagarse suavemente, y el eco de su voz llenaba cada vez más la vacía oscuridad que iba creciendo…:
“Pero en el fondo sigo pensando que si somos capaces de alcanzar el mismísimo Sol, ¿porqué no deberíamos ser capaces de evitar quemarnos con él? Al fin y al cabo, hacer algo imposible demuestra que podemos ser capaces de arreglar hasta los peores errores del pasado…”

Poco a poco, la visión quimérica de aquel agradable lugar fue desapareciendo, al igual que el eco de su voz, que cada vez reverberaba más y más hasta hacerse casi inentendible, de forma que era imposible saber si hablaba o aquello que escuchaba no era más que ruido de sus pensamientos. Entre los confusos sonidos, aún pudo escuchar como ella decía:
-¡Pero mira la de tonterías que puedes decir a veces!
Y cómo los dos estallaban en unas carcajadas que ahora sonaban lejanas y distantes. Antes de que el sonido de sus voces desapareciese por completo, aún pudo escuchar cómo alguien (no sabía si él mismo o ella), recitaba aquellos versos que tanto les gustaban…
<<Meravigliosa creatura,
sei sola al mondo… >>

Se despertó.

Estaba acostado sobre el duro suelo (el cual tenía un olor sutil pero extraño), boca abajo. A su alrededor, la oscuridad le rodeaba de tal forma que apenas podía ver bien lo que había allí abajo. Le dolía la cabeza más que antes de precipitarse por el barranco, y sentía todo el cuerpo magullado; pese a todo, pudo comprobar cuando se incorporó que no debía tener nada roto. Miró hacia arriba, y vio que ya era de noche, o que al menos el cielo estaba oscuro y no tenía estrellas, por lo que era difícil saber si estaba nublado o si en cambio quedaba poco para el amanecer, lo cual le dificultaba saber cuántas horas debió de estar inconsciente.

Esperó un poco mientras esperaba a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad para poder distinguir mejor el lugar en el que estaba. Notó que tenía el chubasquero-gabardina empapado de una sustancia extraña y pegajosa; miró al suelo, e intuyó el brillo que durante la caída le había hecho creer que había agua en el cauce. Se arrodilló, y metió el dedo en el extraño limo transparente, el cual goteó perezosa y espesamente cuando lo levantó a la altura de sus ojos; había una gruesa capa de moco transparente en el suelo, el cual era mayoritariamente barro y tierra suelta, cosa que pudo haberle amortiguado la caída… Pero era algo indudablemente extraño. También notó que allí había algo más que tampoco cuadraba del todo, pero no era capaz de saber el qué. Buscó un sitio elevado sobre el que poder ver mejor, y vio una roca que sobresalía de la pared, sobre la cual podría escalar fácilmente. Cuando se subió y volvió a mirar hacia abajo, pudo distinguir a unos metros el árbol sobre el que había caminado, o lo que quedaba de él, enganchado entre las paredes del barranco, suspendido sobre el suelo. Pudo ver que lo que era la copa ya no estaba, y que su longitud se había acortado a la mitad. “Así que el jodido árbol estaba medio carbonizado por la parte de arriba, ¿eh?… menuda gracia.” También pudo ver que su caída había provocado una forma más que curiosa en el suelo; en vez de dejar marcada la forma de su cuerpo, lo cual sería lo más lógico, la marca de su caída era prácticamente redonda… y grande, más grande de lo que era él.

Se acuclilló unos momentos sobre la roca para reflexionar sobre todo lo sucedido (y a la vez, satisfacer un repentino capricho infantil de sentirse como un explorador); había caído desde lo alto del barranco cuando la parte superior del árbol sobre el que caminaba se debió de pulverizar, liberándolo de las rocas que lo tenían atrapado, seguramente. Luego, recordó cómo caía al vacío, y sintió el golpe que se dio en la cabeza… ¿O tal vez no? La cabeza le dolía desde el incidente de la viga, cierto, pero no tenía del todo seguro si había estado consciente cuando sucedió el impacto. O puede que sí se diese con la cabeza primero, y luego perdiese la consciencia, porque aún tenía grabada la imagen de ver sus pies y bajo ellos el cielo… Y si no se había hecho nada, tal vez fuese gracias a las extrañas babas que cubrían el suelo reblandecido de barro… Hasta ahí, todo tenía lógica, a excepción del pequeño cráter circular que había dejado el impacto. Tal vez el extraño fluido tenía algo que ver…

¿Pero de dónde salía?

Recordó con un escalofrío lo último que vio antes de perder el sentido. Aquella cosa de aspecto asqueroso y extraño. Examinando ese recuerdo con más detalle se dio cuenta de que también tenía cierto brillo aceitoso, lo cual era también algo raro, si obviaba los tentáculos. Pero podría ser una posible explicación para el limo que había allí abajo. De todos modos, ahora ya le importaba más bien poco el encontrar una fuente de agua o no, porque el plazo que le habían dado para volver terminaría ese mismo día si no había terminado ya. No sabía qué demonios era aquello que vio, ni recordaba de ningún animal terrestre que tuviese el mismo aspecto, pero desde luego no estaba dispuesto a averiguar qué era. Iba a salir de allí y a advertir a la aldea de que por ahí había algo suelto; seguramente estaba allí porque cerca debía de haber alguna fuente de agua de la que sobreviviría, pero no estaba por la labor de entrar en el territorio del bicho sin tener a mano algo con lo que defenderse… por si acaso.

Desde donde estaba, le era imposible saber hacia dónde había que dirigirse para regresar a la aldea, de modo que decidió fiarse de su instinto y echarse a caminar hacia donde se había atascado el tronco del árbol, pasando por debajo de él. Cuando llegó al otro lado, no pudo evitar contemplar por unos instantes el agujero por el que aquella cosa se había escurrido… Las paredes del mismo estaban llenas de la baba que había por todo el suelo. Hizo de tripas corazón y miró hacia el oscuro interior, intentando ver si aquello conducía a algún lugar o si podía ver moverse algo… Pero al no obtener resultado, se alejó de la pringosa madriguera y siguió caminando por el fondo del precipicio.

Llevaba caminando cerca de una hora cuando pudo ver que el suelo empezaba a estar cada vez más seco y menos untuoso, por lo que intuyó que se estaba alejando de lo que debía ser el hábitat de la extraña criatura negra. Se centró ahora en buscar algún sitio por el que escalar y salir a la superficie. Ahora ya sabía que no podía fiarse ni de árboles ni de raíces…

El Caminante estaba siguiendo aún el recorrido del barranco cuando el cielo empezó a volverse de un color más claro, señal inequívoca de que el amanecer estaba dando lugar a un nuevo día. Un rato después, cuando los primeros rayos del Sol marcaron la posición del astro rey en el horizonte, pudo ver que, o el golpe le había dejado desorientado, o que el barranco estaba dando un gran giro hacia el sur. Siguió caminando y vio como la pared oeste se elevaba poco a poco, pero también como parecía que se inclinaba más y más. Aceleró un poco más la marcha y, tras pasar entre unas rocas hundidas en el seco cauce, vio cómo efectivamente lo que podría haber sido en otro tiempo el cauce de un pequeño arroyo, ahora seco, se elevaba hasta lo alto de una colina, a la cual se podía subir hasta su punto más elevado sin muchos problemas. Siguió el camino que marcaba la erosión que dejó el arroyo mucho tiempo atrás hacia arriba, hasta que por fin pudo salir del barranco. Siguió subiendo para poder orientarse y ver donde se encontraba, y cuando llegó a lo alto de la colina, pudo ver que había salido al este de la aldea, y muy lejos del punto en el que había caído. Se dirigió hacia el lejano y pequeño grupo de casas, no sin sentir durante el camino de regreso cierta vergüenza por no haber obtenido éxito alguno con la búsqueda de agua, y traer además inquietantes noticias.

“No sé cómo van a tomarse el asunto de la cosa con tentáculos, pero desde luego estoy seguro de que tan bien como el asunto de la gallina no…”

El sol se encontraba ya completamente fuera e iluminaba toda la tierra yerma y desolada con sus rayos dorados, y al Caminante le faltaban unos quinientos o cuatrocientos metros para llegar cuando se empezó a escuchar un extraño rumor que surgía de la entrañas de la tierra, el cual llegó acompañado por un primero suave, y luego más intenso temblor.

“¿Qué es esto, un terremoto…?”

“No, un terremoto no, debería temblar todo, y el temblor viene de…”

Miró hacia la aldea, de la cual se empezaba a levantar ahora una gran nube de polvo y humo. Desde donde estaba podía escuchar los gritos de la gente aterrorizada, incluso vio como algunos aldeanos se alejaban de la misma…

“¿¡Se puede saber qué coño está pasando!?”

Y de repente, el grave retumbar de la tierra se calló, interrumpido por un terrorífico crujido, que sonó mastodóntico y antinatural. Pudo ver desde su posición, aterrorizado, cómo una de las casas, la que se encontraba más alejada del centro del pueblo, se alzaba hasta una altura de casi cinco metros, con sus cimientos aún aferrados patéticamente a ella, y cómo se empezó a ladear lentamente hacia uno de sus lados y empezó, primero más despacio y luego más deprisa, a hundirse irremediablemente en la tierra, hasta desaparecer por completo por un gran agujero que se acababa de abrir y que estaba creciendo sin parar.

La gran cicatriz que acababa de desgarrar la tierra empezaba ahora a extender grandes grietas que, como tentáculos, acariciaban peligrosamente el terreno que rodeaba las demás casas de la aldea, y que también se extendían hacia donde se encontraba el Caminante. A apenas unos cien metros de su posición la gran grieta que amenazaba con tragárselo se detuvo, pero se ensanchó y se tragó todo lo que había a sus alrededor, hundiéndolo en un oscuro abismo cuyo fondo no se podía ver por todo el polvo que se había levantado.

Y por fin, cuando parecía que aquel dantesco espectáculo nunca iba a parar, las terribles grietas tentaculares dejaron de crecer, dejando que los escombros que habían quedado en equilibrio en sus vértices se precipitasen al vacío y a lo desconocido.

Y luego, nada más que silencio. Un silencio de ultratumba.

Un silencio que parecía surgir de las mismas entrañas de la tierra…
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