VIII

Día 72 tras el Apocalipsis

-¿Cuánto tiempo llevamos esperando?
-No sé, Julián… ¿Tal vez 4 meses? ¿3 meses y pico?
-¿Y no es eso bastante para poder salir?
-Sabes que eso no va así… cuando la luz que hay en la salida del refugio deje de ser roja y se ponga verde, entonces será seguro salir fuera.
-Mierda, tío… ¿Y si no se pone nunca verde? ¿Y si el mundo ha dejado de ser seguro para vivir… bueno, para cualquier cosa que esté viva?
-Oh, vamos… ¿Porqué ha de ser así?
-¿Conoces a Johan, ése tío con acento extranjero?
-Sí, al que han puesto en la sala esa de pantallas…
-Vale, sígueme. Vamos a hablar con él.

No tenía ni idea de qué era la que inquietaba tanto a Julián, pero desde los últimos días en los que había empezado a presentarse al resto de habitantes del refugio, se lo veía un tanto desesperado. El día en que se conocieron tuvo la impresión de que pese a llevar tanto tiempo encerrado sin meterse nada, lo estaba llevando bastante bien.

Puede que incluso demasiado bien. Y era ahora cuando sus sospechas empezaban a tomar forma.

Respecto al lugar al que se dirigían, se trataba de una sala en la que se monitorizaba toda la actividad que se pudiese llevar a cabo en el exterior, así como el clima, agentes químicos y biológicos… en definitiva, como había dicho Johan, desde ahí se aseguraba que cuando se encendiese la luz verde, salir fuese seguro de verdad También se gestionaban allí las comunicaciones con otros refugios, o con cualquier instalación que permaneciese operativa. Era una de las muchas instalaciones de las que se disponían ahí dentro; entre otras cosas, tenían también un hospital con equipo especial de descontaminación y tratamiento de afectados por armas químicas o biológicas, y de un generador de energía propio, que según le habían explicado, funcionaba como una central geotérmica. No sabía que justamente en el centro de su ciudad fuese viable construir una instalación así, pero al parecer había más refugios, los suficientes para contener a todos los habitantes de la ciudad. “El problema es que todos estarán tan vacíos como en nuestro. El ataque nos pilló a todos por sorpresa…” Según les había contado Johan, 4 de los 8 refugios no llegaban al 50% de su capacidad, y había uno con el que era imposible establecer contacto alguno, porque posiblemente se encontraba completamente deshabitado.

-Bueno, ¿Puedes decirme al menos qué es lo que me tenéis que contar?
-No hay nada que contar, tú tan sólo tienes que verlo.
-¿Ver? ¿El qué? ¿Algo del exterior? ¿Está el ejército del dictador loco o algo así ahí fuera?

Pero Julián no dijo nada, solamente siguió andando apresuradamente hacia donde se encontraba la sala de las pantallas.

Llegaron a una puerta de cristal traslúcido en la que se leía “SVFE y TELECOM”, escrito en un vinilo cuidadosamente pegado. La puerta no tenía pomo alguno, tan solo un pequeño botón a modo de timbre en el lado derecho de la misma. Cuando llamaron, tan solo tuvieron que esperar unos instantes hasta que la puerta se desplazó silenciosamente de forma lateral, dejando al descubierto el interior. Ambos habían entrado ya ahí dentro, aunque cada uno por separado y con motivos diferentes. Julián se debió cruzar con el técnico de los monitores en alguno de los espacios comunes, y gracias a sus inagotables temas de conversación, consiguió compartir el espacio de la sala de monitores con Johan para hacerle más soportable la soledad de su puesto de trabajo. Él, en cambio, recibió un encargo de Johan un día que se lo encontró por los pasillos, el cual le pidió que le ayudase a buscar su caja de herramientas, la cual había prestado y se la habían dejado olvidada por ahí. Dentro de la sala el aire era más fresco que en el resto de las instalaciones, ya que los aparatos de climatización debían mantener un clima más frío para permitir que todo el equipo informático trabajase en unas condiciones óptimas. Pese a que cuando a uno le hablan de una sala llena de pantallas para vigilar un sitio o sitios en concreto, se imagina siempre un lugar oscuro, pequeño, con muchos televisores de tamaño reducido apelotonados en un lado de la habitación, y frente a ellos a un tipo sudoroso tomando de forma constante café del malo para evitar quedarse dormido, para imaginarse aquel lugar había que desechar todo lo anterior… a excepción del café, y no del todo, ya que Johan preparaba un café único en el mundo.

Lo que más llamaba la atención de aquel lugar era la luz. La luz omnipresente, limpia y pura que inundaba todos los rincones de la estancia. El orden que mantenía Johan en su impecable escritorio también se hacía notar, así como la total ausencia de trozos de cable, enchufes y conectores que normalmente uno esperaría ver esparcidos por el suelo, los cuales se encontraban perfectamente ordenados en los armarios que había al fondo de la habitación. Pero lo que no pudo dejar de mirar la primera vez que entró, y que aun ahora le hipnotizaba brevemente cada vez que entraba en aquel lugar, era el conjunto de pantallas que formaban un mosaico perfectamente encajado en la pared, el cual funcionaba a la vez como un único monitor, o como muchos monitores, dependiendo del momento. Johan movía las ventanas con los diferentes datos, retransmisiones o grabaciones de las cámaras del exterior con una rapidez y precisión asombrosas. Para poder mantener alojado tal arsenal de pantallas, la sala disponía de una pared diferente a las demás sobre la que estaban colgados todos los monitores, más alta y con una forma ligeramente parabólica, de forma que el techo estaba inclinado para poder sostenerse de forma adecuada sobre el resto de paredes. Y en un rincón, la pequeña pero milagrosa cafetera de expresos, también limpia e impoluta, como si no la hubiesen usado recientemente para preparar un exquisito capuchino con extra de espuma.

Cuando cruzaron el umbral, Johan los saludó con su habitual mirada de por encima de las gafas, lo cual suponía que era una suerte que aquel hombre necesitase lentes para poder ver bien de lejos. Sin esperar a que dijese nada, Julián habló el primero:
-No te preocupes, éste es de fiar. Enséñaselo.
-¿Estás seguro, Júlian? –Al hablar no podía evitar acentuar las erres, a pesar de que su plática era fluida y bien clara.
-Tranquilo, tú hazlo.

Johan pulsó uno de los botones de la enorme consola compuesta por varios teclados, ruedas, interruptores y touchpads, y un suave chasquido sonó en la puerta que se cerraba detrás de ellos, asegurándose así de que nadie entraría (o saldría) hasta que Johan lo creyese conveniente.
-Bueno, ¿A qué viene tanto secretismo? ¿Qué es lo que os lleváis entre manos?

Julián y Johan se miraron unos momentos antes de que el técnico hablase de forma grave, como si no quisiera que él se viese involucrado en aquello tan terrible… fuese lo que fuese:
-¿Recuerdas cuando nos informaron del ataque? ¿Recuerdas cómo dijeron que se había producido?
-Pues, según dijeron en los informes… Fue una oleada a gran escala de atentados suicidas, en los que usaron armas químicas, biológicas, y algún que otro misil oxidado de la antigua URSS. O algo así.
-Algo así… Pues bien, como le he explicado aquí a nuestro amigo en común, el señor Júlian, tengo razones para no creer… no, tengo pruebas que demuestran que no es así.

Aquello no podía ser. Las alarmas sonando por toda la ciudad, los temblores de las explosiones ocasionales… “¿Acaso Johan se ha vuelto loco? ¿Me está diciendo que no hubo ataque alguno?”

-¿Qué quieres decir…? ¿Qué ahí fuera no ha pasado NADA?
-No, por desgracia no es así… Lo que quiero decir es que hubo un ataque… pero quizás no tal y como nos han dicho. Te mostraré algo. –Tecleó unos cuantos comandos en uno de los teclados, y acto seguido apareció una ventana, la cual amplió para que los datos que aparecían en ella se visualizasen de forma óptima.

Habían listas de cifras junto a símbolos (posiblemente matemáticos) que se re calculaban continuamente, gráficos que oscilaban arriba y abajo, mapas térmicos cuyas manchas en los colores del espectro se ondulaban sin orden aparente alguno… todo ello eran cosas que él no llegaba a entender.
-No sé que es lo que se supone que tengo que ver ahí.
-Yo tampoco. Todas las ventanas de monitorización de datos las entiendo, sé interpretar los datos que proporcionan, o al menos vienen con un pequeño manual para entender qué información se nos está proporcionando. Esto, en cambio… lo único que sé es que hasta que los datos que aquí se procesan no lleguen a cierto punto, no quedará verificada la condición óptima de abandono de refugio… o en otras palabras; hasta que no pase lo que tiene que pasar en esta ventana, no se encenderá la luz verde.
-¿Y no has podido deducir para qué sirve? ¿No sabes si mide algo, si rastrea señales, o algo así?
-Sé que no es para señales de radio o vídeo, ni para analizar componentes químicos o biológicos…
-Bueno… a lo mejor es algo así como un medidor de las condiciones de aquí dentro, para retransmitirlas a otros refugios, para saber si seguimos vivos o lo que sea…
-Tendría sentido si no fuera porque hay ciertos días en los que todos esos gráficos parecen enloquecer, y empiezan a oscilar a una velocidad que para mí no es nada tranquilizadora.
-¿Cuándo ocurrió eso?
-Venga Johan, no te enrolles más. Enséñale lo mismo que a mí.-Interrumpió Julián. Johan se le quedó mirando unos momentos, sosteniéndose la mirada, hasta que finalmente, asintió y volvió a los mandos de su terminal.
-Cuando eso ocurrió, me puse a rastrear todas las cámaras, tanto las del interior como las del exterior…
-¿Crees que pudo ser por los temblores del otro día? ¿Por el apagón?
-No sé que provocó aquellos terribles golpes, pero no ocurrió el mismo día. Además… fuera lo que fuese lo que enloqueció las lecturas, estaba fuera, y creemos saber lo que es. Se graba todo lo que registran las cámaras, tanto interiores como exteriores, y… bueno, mejor míralo tú mismo. Esta es la grabación de la primera vez que ocurrió.

En pantalla apareció una ventana con un vídeo reproduciéndose con la fecha “01/01/2013” en la esquina inferior derecha en letras amarillas. John amplió la ventana de forma que ocupó todos los monitores en su totalidad, para mostrar mejor los detalles. Por suerte, las cámaras de vigilancia tenían una resolución casi infinita, lo cual proporcionaba un nivel de detalle excepcional.

En la imagen se podía ver lo que había sido su ciudad arrasada hasta los cimientos. La visión lo obligó a sentarse en la silla auxiliar que tenía Johan a su lado. Julián posó su mano sobre su hombro, un gesto que agradeció silenciosamente ya que no podía haberse imaginado nunca que llegaría a ver todos los edificios completamente triturados, picados, convertidos en apenas unas migajas de hormigón y esparcidos por todos los alrededores. Solamente los edificios más antiguos, de piedra vieja y dura, consiguieron mantener alguna de sus paredes de pié, las cuales se inclinaban patéticamente sobre el suelo, junto a alguna estructura de acero que se quedó completamente retorcida.

-No sabía… nunca me habría imaginado que unas bombas podrían… podrían…
-Ahí está la primera prueba. Ni siquiera una docena de misiles balísticos, como nos habían dicho, habrían conseguido arrasar por completo la ciudad.
-¿La primera prueba? ¿Hay más?
-Fíjate bien, está a punto de ocurrir la segunda.
“¿Ocurrir?”
El vídeo tenía sonido, algo que no había percibido entonces, ya que se empezaron a escuchar unos pequeños golpecitos contra los escombros del exterior, apenas el sonido de muchas cosas pequeñas cayendo al suelo. Poco a poco, el perfil de las miles de gotas de lluvia se empezó a dibujar perfectamente en la pantalla, pero había algo que no encajaba…
-Espera, ¿El color y el contraste está bien? ¿No deberías aumentar un poco el brillo?
-No, para nada. Todo está al nivel óptimo de visualización.
-No puede ser…
-Lo es. Lo que estás viendo es la segunda prueba.

Se echó dejando caer todo su peso sobre el respaldo de la silla. De forma constante la lluvia mojó y ensució todo lo que se interponía a su paso, oscureciéndolo primero, y tiñéndolo de negro después.
La lluvia negra seguiría cayendo durante dos horas más, y una hora después se evaporaría borrando su rastro de ébano.
-Nunca había visto lluvia negra… ¿Qué cojones se supone que es?
-No lo sé amigo mío –dijo Johan- pero lo que sí sé es que no existe arma química o biológica en el mundo que produzca ése efecto. Desde la primera precipitación hasta la última, la lluvia siguió siendo negra, perdiendo ése extraño tinte poco a poco. Además, la lluvia ha sido cada vez más y más escasa… ¿Sabes lo que eso supone?
-No…
-Que el agua de fuera está con toda seguridad contaminada, y no sólo eso, si no que además cada vez llovía menos. De hecho, en lo que llevamos de mes no ha llovido nada, y mira en qué época del año estamos. Ahí fuera habrá una fuerte sequía…

Y no quiero saber qué ocurrirá cuando se termine el agua potable de todo el mundo…



Día 405 tras el Apocalipsis

-Dime una cosa, Achmed: Si tenéis un pozo, ¿Cómo es que apenas cultiváis para poder comer?
-¿Sabes lo que pasaría si utilizáramos toda el agua potable dela aldea para regar las plantas?
-Pues… Yo diría que no habría agua para beber… -Tras pensar un momento, El Caminante añadió- pero aun así, debería ser muy poca la que debe haber en el pozo para no poder hacer las dos cosas… Porque hay suficiente agua, ¿verdad?
-Me temo que no tanta, amigo mío... Metemos todos los días una cuerda con un peso atado para calcular los litros de agua que nos quedan, y según nuestras previsiones hay suficiente para dos, o tal vez tres años, suponiendo que llueva como ha llovido siempre…
-Pero… Que yo recuerde, no ha llovido desde…
-Desde hace mucho, sí. Lo cual reduce el tiempo que podremos aguantar viviendo del pozo.
-Vaya… eso no es nada alentador.
-No te preocupes… seguro que con el tiempo y juntando todos nuestros esfuerzos, acabaremos encontrando una solución. Ven por aquí, vamos a medir el pozo.

Llevaba desde buena mañana caminando con Achmed, observando sus labores en la aldea. Primero lo había acompañado a él y a su esposa Dalla hasta a un edificio el cual parecía una pequeña y vieja escuela, donde los niños (y los no tan niños) aprendían a leer, escribir y hacer cálculos bajo la tutela de Dalla y otra mujer llamada Julia, la cual se la presentaron. Luego, visitaron lo que Achmed llamaba el invernadero, a pesar de que no era como los invernaderos normales que se veían por allí al uso; se trataba de una especie de jardín en una de las casas, el cual se encontraba anexado a la misma como una habitación donde el techo y las paredes eran de cristal, a excepción de aquellos lugares donde éste se había roto y el agujero resultante había tenido que ser tapado con plástico transparente. Parecía como si en otra época hubiese sido el jardín acristalado de algún vecino con dinero suficiente para construirse algo así, pero ahora las plantas extrañas y las aves exóticas habían sido sustituidas por tomateras y demás plantas de hortalizas. Pese a que en el interior de aquel sitio se conseguía retener más humedad que en el exterior, todo lo que se cultivaba allí tenía un aspecto seco y raquítico… Aunque según le dijo Achmed, las patatas estaban saliendo bastante decentes; le mostró unos de los tubérculos, el cual sacó de tierra, y ambos pudieron verificar que, efectivamente, estaban saliendo unas patatas gordas que podían alimentar cada una a dos personas por comida, como calculó el Caminante mentalmente, el cual se dio cuenta también de que ya no era necesario preguntar de donde venían las que usaba el Comerciante para sus honrados negocios.
A cargo del cuidado de las verduras y hortalizas que allí se aferraban por sobrevivir, un matrimonio y su hija mayor, la cual era un tanto más joven que Él, puede que de unos catorce o quince años. Los padres, llamados Luca y Camila, de esa complexión pequeña pero fuerte que tiene la gente de campo, expresaron la contrariedad que sentían cuando Achmed les dio el recién obtenido trofeo de la tierra:
-Esto es algo inexplicable… ¿Cómo es posible que las patatas crezcan más sanas que todo lo demás -preguntó Luca-, si ahora no es época de cultivarla?
-Debe de ser por lo arenosa que se ha quedado toda la tierra… -Dijo su esposa- Si se cuida, la patata puede crecer mejor en tierra suelta que en tierra dura. Pero si no llueve…
-Ya, la tierra se endurecerá –intervino Achmed.
-Hacemos lo que podemos, señor Achmed, pero el tiempo no está de nuestra parte.
-No te preocupes, Luca, tú y tu mujer estáis trabajando muy duro… ¡Y no me llames “señor”, hombre!
La hija de ambos se limitó a sonrojarse mientras se miraba los pies y lanzaba alguna mirada de soslayo de vez en cuando hacia el Caminante. Pensó que se veía realmente encantadora, con los bucles dorados de su madre, los ojos azules de su padre, y las mejillas del color de las manzanas un poco manchadas de tierra y barro. Se recordó a sí mismo que luego tenía que intentar conocerla un poco mejor, y ver, entre otras cosas, porqué no estaba con los demás en la escuela.

Cuando llegaron al pozo (el cual no era más que un pobre círculo ruinoso de piedras con un agujero en medio), Achmed sacó esa cuerda con un peso atado en un extremo de la que le habló antes; tenía unas marcas pintadas en rojo a intervalos regulares, lo cual hacía suponer que aquello era lo que indicaba más o menos los litros que quedaban… siempre que el pozo tuviera el mismo diámetro, claro. Cuando la cuerda con el peso empezó a descender, el Caminante no pudo evitar realizar una pregunta que, con temor, le rondaba por la mente desde que se inició la conversación sobre el pozo:
-Y… ¿habéis pensado qué haréis cuando se agote el agua?
-Supongo que no nos quedará más remedio que organizar partidas de búsqueda, para ver si encontramos más pozos o algún río subterráneo…
<<Pero si de mí dependiese, empezaría ahora mismo. Aunque tengamos agua para aguantar varios años, el estado del subsuelo puede haberse visto afectado; basta un pequeño temblor o un desprendimiento en un par de quilómetros a la redonda para que el pozo se derrumbe o quede drenado por la formación de alguna bolsa de aire. >>
Se quedó mirando fascinado como Achmed seguía con su discurso teórico sobre subsuelos. Aquel hombre no solo era inteligente, si no que además tenía muchos conocimientos. Se preguntó, ¿Cuál sería su trabajo antes de que sucediese todo…? Pero tuvo que centrarse cuando el líder de la aldea sacó el último tramo mojado de la cuerda, y se quedó mirando la marca del agua con el rostro serio y meditabundo.
-Aunque quizás… quizás es posible que nada de eso haya ocurrido y que el pozo tiene mucha menos agua de lo que habíamos creído en un principio. Vaya… estamos en problemas.-dijo negando con la cabeza- Habrá que informar a todos sobre esto…
-¡Espera! Si lo haces, es muy probable que extiendas el pánico.
-¿Porqué lo crees? Estoy seguro que si les hablamos…
-Si les hablamos sobre esto perderán el juicio y acabarán cometiendo un error. Hazme caso, me he enfrentado antes a una situación así y no estoy dispuesto a que vuelva a ocurrir.
Recordó aquello que le pasó estando aún en el refugio, los gritos desesperados que poblaban aquel gallinero… El pánico es capaz de que una situación que aún no es grave se convierta en algo extremo, aunque aquello quizás… pero el ahora estaba primero, y no estaba dispuesto a permitir que se repitiesen los errores del pasado. Una idea le surcó la cabeza como un rayo y habló sin pensárselo dos veces:
-¿Y si fuese yo en la primera partida de búsqueda?
-¿Qué? Ni hablar, no hace tanto que te has recuperado de una grave deshidratación…
-Creo que no fue deshidratación, si no más bien falta de sueño…
-Llámalo como quieras, aún te estás recuperando. Además, la gente hará preguntas…
-Les puedes decir que quería ser útil para la aldea y he querido adelantar un trabajo que tendremos que hacer en un futuro. Lo cual es cierto… al menos en un principio.
-Bueno, te prometo que lo pensaré… pero hasta entonces quiero que guardes reposo, ¿de acuerdo?
-Achmed, ya llevo casi dos semanas de reposo… yo creo que hace días que me recuperé completamente.
-No me malinterpretes, sólo quiero que estés saludable para la difícil misión que podría estar esperándote…

Pero la verdad es que aún seguía doliéndole la cabeza, desde hacía cinco días, cuando la maldita viga casi aplasta al estúpido médico. El dolor ahora ya no era ni tan constante ni tan agudo, pero seguía ahí. Pese a lo que le habían dicho, ni la hidratación ni la sombra conseguían aliviarle durante los peores momentos. Por suerte, esos ataques cada vez eran más cortos y menos intensos, y tras ellos sólo quedaba un zumbido, molesto, pero no doloroso.
Y aún seguía ese zumbido dos días después, pero esta vez no le importó cuando Achmed le dijo por fin que estaba dispuesto a permitir a que se arriesgase a buscar más fuentes de agua. Tan pronto como accedió, le dieron dos cantimploras con agua, las cuales se vio obligado a rechazar:
-Pero… habiendo niños y enfermos, ¿Cómo me dais tanta agua para mí sólo?
-Porque tú también estás enfermo, al menos en parte –Ángel se había metido de nuevo, con sus improperios de matasanos- y porque no quiero hacerme responsable de que alguien a quien ha aceptado esta aldea sirva como alpiste para los buitres… si es que queda alguno.
-Está bien, me las llevaré… pero seguro que me acaba sobrando.
Junto a las cantimploras le dieron una manta y un petate para poder dormir al raso durante la noche, pero le insistieron también en que no pasase más de una noche fuera. De todos modos, ya sabía que hacia el oeste no hacía falta ir, porque por ahí fue por donde llegó, y pese a su estado aquel entonces, recuerda que por ahí no había ninguna evidencia de agua, o al menos ninguna que su cursillo de supervivencia le ayudase a identificar. Eso dejaba una infinidad de direcciones menos una por las que empezar a buscar. Así que se decidió por el norte, por pura lógica asociativa (más frío, más agua).

Antes de salir del pueblo, se aseguró de coger el impermeable de viaje que llevaba cuando salió de su refugio. Aunque llevaba tanto tiempo sin llover, la prenda seguía siendo bastante práctica, ya que también le protegía del polvo, del viento, y de las cada vez más bajas temperaturas nocturnas. Aquella especie de gabardina con aires de túnica (que según tenía entendido, su diseño provenía de un prototipo que el ejército llevaba años utilizando durante el segundo conflicto del Golfo Pérsico), le llegaba hasta casi los pies, y le permitía cubrirse la cabeza con una gran capucha. Su aspecto, con ese estampado tipo camuflaje desértico que cubría toda la prenda, le pareció un poco ridículo cuando se la puso hace ahora casi seis meses, pero tras pasar unas cuantas noches al raso agradeció su diseño protector.

Llevaba caminando una hora más o menos por las áridas tierras, cuando notó que unos cuantos metros más adelante había algo que partía el paisaje en dos; por lo que se podía deducir de unas cuantas rocas que sobresalían y los restos de un cañaveral seco, ahí había un barranco, y pensó que muy posiblemente en el lecho del mismo había agua; así que siguió caminando en la misma dirección hasta que se encontró con el abismo, el cual le devolvió la mirada con algo de indiferencia. El fondo era demasiado oscuro para distinguir algo, amen de que en esos momentos corría un viento demasiado fuerte para poder distinguir cualquier sonido que no fuese su incesante ulular, por lo que para ver si allí abajo había algo aparte de polvo y roca, había que bajar. Miró hacia este y oeste para encontrar algún sitio en el que el fondo subiese y se distinguiera mejor, o algún tramo en el que el terreno bajase, y la única dirección en la que parecía haber suerte era el oeste, hacia las montañas, donde lo único que daba algún tipo de esperanza era que el barranco daba la impresión de ensancharse por la parte de arriba, lo cual podría traducirse algún quilómetro más adelante en una pendiente lo bastante suave como para descender… y hacia allí fue hacia donde siguió su marcha, de nuevo hacia la dirección desde la que había llegado a la aldea.

Cuando llegó al pie de las montañas, no pudo evitar soltar una maldición en voz alta, ya que el efecto de ensanche que daba el barranco era falso y al llegar al punto en el que se encontraba volvía a estrecharse de forma abrupta. El maldito curso de supervivencia decía dónde podía encontrarse agua, pero no que un puñetero barranco podía estrecharse y hacerse más ancho sin lógica aparente. No obstante, vio que un centenar de metros más adelante, quizás más, había algo que cruzaba el precipicio de lado a lado. Tal vez fuese sólo una raíz o algo similar, pero si había suerte… quizás fuese lo bastante larga para bajar, quien sabe. Cuando se acercó, vio que en realidad aquello eran los restos de un árbol marchito y muerto, pero que era lo bastante alto como para ir de parte a parte y lo bastante grande para caminar encima… aunque quien sabe si lo bastante resistente para ello. Aunque lo que le interesaba era usarlo para escalar, al parecer tenía que caminar por encima de él para desatascar la copa, la cual se encontraba atrapada entre un pequeño montón de rocas (y si el principio de palanca no falla, que nunca lo hace, primero había que quitar aquello de encima para mover el tronco desde el lado opuesto). Era arriesgado, porque una vez liberase las ramas superiores, corría el riesgo de que al volver al otro lado se cayese hacia abajo… pero había que intentarlo.

Aunque el equilibrio no era su mayor fuerte, tuvo suerte de que las ramas estaban dispuestas de tal forma que se podía caminar por en medio de las mismas y además usarlas como punto de apoyo todo el camino… mientras no se quebrasen. Pero cuando puso un pie encima y vio que el tronco no emitió ni un solo crujido, empezó a sentirse más tranquilo, así que puso un pie delante, y después el otro… Muy poco a poco, sin alejar mucho las manos de las ramas que salían a los lados, las cuales podrían asegurar que su cráneo no se convirtiese en papilla por culpa de un golpe de viento. Un pie delante, y después el otro… se estaba acercando ya a lo que vendría a ser la mitad del camino, donde había más riesgo de que la rama se partiese. Pero el tronco seguía silencioso, casi sin mecerse, y además ahora apenas soplaba el viento (podría haber aprovechado para agudizar el oído y ver si por allí abajo corría el agua, pero a parte de que el fondo seguía siendo oscuro como la boca del lobo, estaba demasiado concentrado en distinguir el sonido de sus pasos de un crujido del tronco). Y no obstante, el tronco seguía sin crujir. Un pie delante, y después el otro… seguía avanzando y el árbol seguía portándose como una alfombra puesta de valium. A su alrededor se sentía un silencio tranquilizador, a excepción del sonido de su respiración, de sus pasos, y de eso que sonaba como un fuerte pero suave rumor que venía de abajo. Volvió a mirar sus pies y siguió sin ver el fondo, porque lo que veía ahora bajo ellos era el cielo, el cual se empezó a confundir rápidamente con la tierra en un curioso revuelo alocado…
“Oh, mierda”.
El tronco no había emitido el sonido de un tronco partiéndose por la mitad, si no el extraño sonido de la madera convirtiéndose en polvo. Vio horrorizado como lo que quedaba del árbol daba tumbos a unos pocos metros de él.

“¿Pero qué cojones ha pasado…?”

El fondo siguió bajando rápidamente hacia él (¿O subía?), y por fin lo vio claramente… y estuvo a punto de maldecir la ironía del destino si su mente hubiese tenido la oportunidad de trabajar tan deprisa, porque algo allí abajo reflejaba la luz, por lo que allí había agua… pero apenas un instante después, se dio cuenta de que el agua no corre despacio. O al menos corría, porque aquello parecía no moverse. Aunque no importaba, iba a descubrir qué pasaba cuando le diese sus respetuosos saludos al suelo en unos segundos…

…Y entonces vio moverse por el rabillo del ojo algo bulboso, negro, y con tentáculos en un agujero del suelo.

Algo con muchos tentáculos.

“¿Qué demon…?”

Intenso dolor de cabeza.

Fundido en negro.
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